Con el tiempo me he dado cuenta de algo que me sigue sorprendiendo, aunque ya lo sepa: hay alimentos que me apagan. Literalmente. A veces termino de almorzar y me siento más cansada que antes de comer. Me cuesta concentrarme, me baja el ánimo, y es como si mi cuerpo me dijera: “Esto no era lo que necesitaba.”
Y otras veces, cuando me alimento bien —con comida real, nutritiva, hecha con tiempo y cariño— mi energía es distinta. Es más limpia, más sostenida. Siento que puedo pensar mejor, que el día fluye mejor.
Ahí fue cuando empecé a investigar. Y encontré una frase que me marcó:
“La alimentación es nuestro combustible.”
Y claro, si a un auto le pones bencina mala, probablemente no ande igual. ¿Por qué sería distinto con nuestro cuerpo?
Pero lo que más me voló la cabeza fue entender cómo se produce la energía vital. Leí que no viene solo del alimento, sino que el movimiento (el deporte) es lo que transforma ese alimento en energía real. Y ahí hizo clic todo:
Comida + movimiento = energía vital.
Y si la comida es buena, y hay movimiento, la energía que se produce es de mejor calidad. Es tan simple y tan lógico… y a la vez, tan difícil de sostener cuando la vida se pone intensa.
Entenderlo no significa lograrlo siempre
Aunque tengo todo esto súper claro, no siempre lo aplico. Y no por falta de ganas, sino porque a veces me gana el cansancio, el estrés, el desorden. Y ahí vuelvo al loop de la comida rápida, o de comer lo primero que encuentro (y después sentirme aún más cansada).
Pero también he notado que, aunque no es perfecto, mi forma de alimentarme ha ido mejorando con los años. Y eso ya es algo enorme. Porque los cambios sostenibles no ocurren de un día para otro. Son pasos pequeños. Decisiones diarias. Un “voy a dejar fruta picada” o un “hoy cocino para tres días”.
Y cuando me sale, ¡se nota! Trabajo mejor, me concentro más fácil, me siento más liviana.
Cosas que me han funcionado (avaladas por la ciencia y por mi propia experiencia):
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Cocinar por anticipado (batch cooking): Cuando tengo algo rico y saludable listo en el refri, me salvo. Lo hago una vez por semana si puedo.
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Dejar fruta lavada y picada: Parece tonto, pero si no está lista, simplemente no la como.
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No saltearme comidas por estar muy ocupada: Porque si no, termino comiendo cualquier cosa con desesperación.
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Snacks inteligentes a mano: Frutos secos, barritas caseras, hummus con bastones de verdura.
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Evitar harinas blancas y exceso de azúcar en días intensos: Porque siento el bajón de energía inmediatamente después.
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Comer consciente: A veces respiro antes de comer, y me doy un pequeño espacio para disfrutar la comida, sin pantallas, sin apuro.
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Escuchar mi cuerpo: ¿Qué me pide? ¿Cómo me siento después de comer esto?
Lo que dice la ciencia también respalda todo esto
Estudios muestran que una buena nutrición:
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Mejora la concentración y la memoria.
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Ayuda a regular la energía durante el día.
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Aumenta la productividad laboral.
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Reduce los niveles de estrés y ansiedad.
Además, cambiar los hábitos alimentarios de forma paulatina y amable (como recomienda la neurociencia), es mucho más sostenible que hacer cambios drásticos.
En resumen: no es perfección, es progresión
Lo importante no es comer perfecto todos los días. Es ir afinando, escuchando, adaptando. Tener más días buenos que malos. Tratarse con cariño cuando no resulta. Y volver a intentarlo cuando se desordena todo.
Porque al final, cuidarnos no debería ser una exigencia más, sino una forma de vivir más livianamente.
¿Y tú, lo sientes también?
¿Notas cómo te afecta la comida en tu trabajo, en tu energía, en tu ánimo?
¿Qué cosas te han servido para comer mejor en medio del caos?